Nélida Cañas: Clarice Lispector

jueves, 9 de abril de 2015

Clarice Lispector

Yo no soy una intelectual

Escribo con el cuerpo

y lo que escribo

es una hierba húmeda

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El libro de las flores

o apuntes sobre lo inasible

Heme aquí enfrentada a la difícil tarea de asir lo inasible, sabiendo de antemano que cualquier torpeza devastaría mi intento. Nélida Cañas-siguiendo los lineamientos estéticos trazados en su vasta bibliografía- ha escrito, sin embargo, un libro nuevo. Elaboración minuciosa resultante de haber despojado a su objeto de contemplación de todo atributo contingente. De haber emprendido, si se quiere, la exploración de la quintaesencia.

Dice la poeta:

esta flor

de la que nada sé

ha nacido más pura

que la brisa del alba

hecha de leve escarcha

y rumor de caracolas.

Este despojamiento constituye, pues, el delicado modus operandi destinado a alcanzar la abstracción. Nada ata a la flor al mundo. Ni el sujeto que la contempla. Nada ejerce dominio sobre ella. Ni el sujeto que la corta o alimenta. Es el más allá de las circunstancias. No ha venido al mundo a ser (aunque lo sea) ornamento de la novia, galantería del novio en el exordio del amor, ofrenda a la madre del recienvenido, accésit colorido por algún logro del cuerpo o de la mente y, en el epílogo de la vida, tampoco corona en las luctuosas exequias… Nada de eso, aunque lo sea.

La flor es, ante todo, puente sagrado entre dos mundos: el

banal y el sublime. Presencia morigerante por equidistante.

(…)

esta ofrenda inefable

en la arena del día

es acaso el ángel

el enviado

que mis ojos

no ven

La poeta deviene, de esa forma, en arqueóloga de lo inefable.

Dice Nélida:

he hablado

para dar testimonio

de su existencia

pero las palabras

sólo crean ausencia

“Hecha del fluir de lo impensado”, el contacto con lo inaprensible catapulta en el sujeto sensaciones encontradas: mistificación de la flor o, muy por el contrario, incontenible deseo de aniquilarla, lo que no hace sino resaltar -desde otra perspectiva- su incapacidad para detentarla.

convocar a la flor

gestarla en la vigilia

en el sueño

nacerla

seducirla

socavarla

como un amante enloquecido

Y en el extremo:

amar a la flor

hasta negarla

renegar de ella

estrangularla

Cronista de la memoria íntima, la poeta deviene historiadora de la flor.

hablar de la flor

que persiste

en la memoria

la flor del recuerdo

-no me olvides-

El poema se erige en El libro de las flores como resultado (no como proceso) del encuentro entre la poeta y la idea “flor”. Esto es, de la exploración de la “flor en sí”, separada de los atributos humanos que se le pudieran adjudicar.

Creo preciso indicar este maravilloso e iluminador aporte de Nélida: La flor en sí se alza por encima de cualquier categorización dicotómica: No es la flor vulgar-popular o elitista-refinada; o, siguiendo un recorte de índole moral, buena o mala. Ni siquiera es igualadora, porque su existencia es desapegada de nuestra primitiva segregación. Es en sí, es inmune a las degradaciones de la representación, la iconificación o cualquier intento intelectual de aprehensión por el sujeto. Pero tampoco reniega de esto. Está más allá, más del lado de las utopías.

La flor en sí se devela entonces como una entelequia (atemporal, eterna, inmutable), capaz de sobrevivir sin tacha a los regodeos efímeros de las modas y los ismos.

La flor se instituye -firme pero discreta, silenciosa, con la legitimidad de lo unívoco - como la cifra universal de la Belleza. Índice próximo de una lejana, acaso astral, plenitud. Fenómeno vegetal destinado a dar testimonio al hombre de un algo que lo excede y reubica. Dictatum, en fin, emergido del concilio tácito de generaciones y generaciones, desde el origen, y a lo largo de toda la vasta Tierra.

la luna

ha de tener

el espesor de tus pétalos

dice bellamente la poeta.

Pero la flor, por intensa, es -como la vida- una experiencia personal.

con la gratuidad

de todo lo que nace

apareció

delante de mí

he llamado a otros

para que perciban

su leve esplendor

pero al atardecer

de su único día

su corola

hecha de desnudez

plegó su vuelo

Una experiencia intransferible, que en la dificultad entraña el secreto de su grandeza. Hablar de ella será siempre –por nopodermiento, como diría el mordaz Gombrowicz - describirla. Esto es: reducirla a sus rasgos exteriores (color, aroma, forma).

En ese orden de cosas:

danza la flor

instaura un lenguaje

Y al hacerlo deviene la poeta en filóloga de lo inasequible.

En El Libro de las Flores, la flor –síntesis superadora- se erige más alládel homenaje, la cita y la intertextualidad. Su existencia es independiente de la manipulación discursiva. Eso explicaría por qué el libro está compuesto sólo de textos autónomos; esto es, independientes de todo juego intertextual.

Coherente con la noción de quintaesencia, no hallarán en el libro textos derivados, sólo la infatigable y personalísima búsqueda de una comunión con lo etéreo. Sabiendo siempre que todo conocimiento sobre ella no será más que una falacia de lo insondable.

Por último, quiero destacar la operación de inversión semántica propuesta por la poeta: La flor permanece inmutable, mientras el sujeto –ampuloso de sí en el otro- perece, se degrada, se atiborra, levanta sobre lo perentorio su reinado insustancial.

Nélida Cañas ha escrito un libro nuevo. Ha puesto el yo poético -como una piadosa médium- al servicio de lo inasible. Ha renunciado aceptando; ha aprendido lo sublime ignorando lo trivial; ha postulado la supremacía de lo aparentemente nimio; la arrolladora fuerza que anida en lo frágil.

María Belén Aguirre

San Miguel de Tucumán

Domingo 28 de septiembre

El libro de las flores - Nélida Cañas - Ediciones de la Eterna - 2014

En este flamante libro de Nélida Cañas, la autora reinventa la flor. Le procura movimiento. La aromatiza. La colorea. Le da voz a su silencioso intento de ser y estar en las palabras.

Y lo hace de forma paulatina. En distintas instancias creativas. Constituyendo seis Momentos de inspiración, que van apareciendo en una suerte de estadios; respetando tanto el tempo de su pasión, como el proceso de nacimiento de la flor.

En cada poema, las flores participan de lo sublime, nos transmiten su sentido más profundo, se acercan a lo divino…

Nélida les ofrece un lugar conectado a lo callado, a la nada, al sin porqué.

¿Hacer que las flores se dejen amar será el designio de la escritora? ¿Dejarse asir?

Difícil tarea “asir lo inasible”, como reza el maravilloso prólogo de María Belén Aguirre. “Nada ata la flor al mundo […] nada ejerce dominio sobre ella.”

Ya lo enunció Maurice Maeterlinck: “cuando la flor hizo su aparición / en la tierra, no había en torno / a ella ningún modelo que poder / imitar, tuvo que inventarlo todo.”

Entonces Nélida le inventa un Lenguaje

inventando un lenguaje

hecho de ideogramas perfumados

-un lenguaje de luz de luna

efímeras constelaciones

dijo

lo no callado

de la flor

***

“Suave brisa

La sombra de la glicinia

Apenas tiembla” (Matsuo Basho)

Inventa una Danza al ritmo del viento

el hombre que contempló la flor

vio que sus pétalos

no pueden echarse a volar

danzan:

su aroma se pliega

se despliega

en las suaves configuraciones

de la brisa

***

“Siempre hay flores para el que desea verlas”

(Henri Matisse)

Sólo un instante. Una fugaz aparición. Lo más efímero es suficiente para que la poeta lo perciba y luego devuelva en maravillosa Ofrenda, que sólo saben dar los que aprendieron a amar:

con la gratuidad

de todo lo que nace

apareció

delante de mí

he llamado a otros

para que perciban

su leve esplendor

pero al atardecer

de su único día

su corola

hecha de desnudez

plegó su vuelo

***

Nombrarla. Describirla. Dibujar sus pétalos es la Enunciación que, de cada flor, Nélida extrae junto a su néctar… Cual Clarissa Dalloway: “entre las flores de lis y las rosas, y las reverencias de los ramos de lilas, entornados los ojos, inhalando, después del rugido de la calle, el delicioso aroma, la exquisita frescura. Y después, al abrir los ojos, qué frescas, como ropa blanca recién lavada y planchada y puesta en cestas de mimbre, le parecieron las rosas; y los oscuros y altaneros claveles rojos, alta la cabeza; y los guisantes de olor desparramándose en los cuencos, con sus matices violeta, blanco nieve, pálidos.”

Nélida Cañas y Virginia Woolf. Semejante amor por las flores, semejante amor por las palabras...

Sean sus contextos quebradas o llanuras, desiertos o ríos, bajo el sol o a la luz de la luna, Nélida las nombra, las define con la sutileza de lo improbable…

Lavanda

última pincelada

del atardecer

la llanura

puya-puya

nácar de caracolas

tu corola

profundidad marina

en el desierto

gozo de la luz

secreto claro

Fresias

en la breve

primavera

de tu nombre

todos los matices

del color

***

“La tierra se ríe en flores” (Edward E. Cummings)

Es el júbilo del Florecimiento

florecer

florecer al fin

en el silencio

de lo leve

amar a la flor

hasta negarla

renegar de ella

estrangularla

***

“Me encanta oler flores

en la oscuridad _dijo_.

Es cuando puedes apoderarte de tu alma.” (Lucy Montgomery)

Y el Habla renace como consecuencia:

hablar

para que habite

este presente

para que siga sucediendo

entre el pavor

los sueños

***

“Con los ojos brillantes sin que me importe quemarme los labios, muerdo un crujiente racimo lleno de flores, sonrisas y viento. Lo que se deshace en mi boca es la primavera misma.”

(Mrs Dalloway - Virginia Woolf)

La primavera que, en las tapas impolutas de El libro de las flores, ilustran las ramas del duraznero: flores blancas, rosa pálido, rosado intenso... Nítidas algunas, difusas otras, según se focalice la mirada… Según nos detengamos al abrir las tapas o al cerrarlas... Según percibamos el azul del cielo que cobija los gajos, los pimpollos, los pétalos…

Ana María Martinengo

LA CLARIDAD APASIONADA DEL VERBO: EL LIBRO DE LAS FLORES. NÉLIDA CAÑAS. (2014) – Ed. La Eterna.

Trascendencia es transparencia, es decir, una claridad naciente

María Zambrano

Al leer el luminoso El libro de las flores (2014) de la poeta cordobesa Nélida Cañas, cabría una pregunta -tal vez imperiosa-: ¿Es este libro el peregrinaje mismo de la escritura poética? Tal parece ser: un río de pasión poética hacia la inefable planicie / de lo divino.

En la disposición de este viaje o poemario, hay un primer topos titulado: Lenguaje, bellamente epigrafiado con una cita de Onitsura: Silenciosas flores/solo hablan /al oído obediente. Lo cito para decirle a nuestra poeta, que he escuchado a sus flores en el sutil lenguaje del rocío: inventando un lenguaje/ hecho de ideogramas perfumados/ -un lenguaje de luz y luna/ y / efímeras constelaciones-/ (Nélida Cañas) dijo / lo no callado de la flor.

En un segundo topos: Danza, la poeta nos advierte que la flor no tiene alas -en verdad- pero aun así sus pétalos, multiformes, multicolores, multiaromáticos, son esas alas que encuentra nuestra poeta para remontar su vuelo velado por la brisa en danza de runas, hacia una contemplación de las formas auténticas como si estuviéramos en presencia de la “vibración serena de su alma”.

Así: el hombre / que contempló la flor/ vio que sus pétalos/ no pueden echarse a volar/ danzan: / su aroma se pliega/ y/ se despliega/ en las suaves configuraciones/ de la brisa

La exquisita desnudez de una Ofrenda inaugura el tercer topos donde la autora canta su no saber: esta flor/ de la que nada sé/ ha nacido más pura que la brisa del alba/ hecha de leve/ escarcha/ y rumor de caracolas

Y son esas conjunciones -transitorias y eternas- de agua de luna y espuma de mar donde lo angélico invisible se intuye –develándose en la gratuidad de la Ofrenda, y es cuando Nélida llama al otro para que juntos, asistan apasionados y en amorosa locura, ante el esplendor de esa vida ligera y alada: al atardecer/ de su único día/ su corola/ hecha de desnudez/ plegó su vuelo

Y en el sagrado lugar del nombre –Enunciación- donde resplandecen aquellas diminutas vidas con que el hombre y nuestra poeta veneran lo increado y sutil, encuentro a Diamela: la luna/ ha de tener/ el espesor de tus pétalos/ y/ el cántaro/ la suave concavidad/ de tu corola

No se trata en esta poeta sólo de la vigilia de la contemplación, es también la desmesura de una tarea de reparación de los pétalos-alas en los versos gloriosos del poema en un renacimiento posible o un Florecimiento. Cito: convocar a la flor/ gestarla en vigilia/ y/ en el sueño/ nacerla/ seducirla/ socavarla/ como un amante enloquecido

Habla. “Hacer un habla…con lo que no fue siquiera, más atrás o más temprano aún, sino letras, sonidos, ruidos.” Hablar… alojarla con la palabra y morar en la memoria; hablar de ella; hablar de la flor/…/para que habite/ este presente/ para que siga sucediendo…Cristalina, tenue y posible, una temerosa y palpitante felicidad.

María Isabel Saavedra

Tucumán, 2015

Contratapa

Citar, incluir, llevar, repetir, retroceder y volver: todas estas operaciones –que según argumenta Jorge Panesi están en el origen latino del verbo relatar y que, desde luego, burlarán siempre mi poco imaginativa enumeración alfabética– constituyen y ponen en funcionamiento los dispositivos desde los cuales se ensaya en Intersticios (2014) la íntima utopía que Nélida Cañas ha decidido acoger no sólo para sí misma; esto es: reunir –por mediación literaria– lo que la vida dispersa. Pues bien: ¿qué es lo que se obtiene de todo esto? Quizá no otra cosa que mostrar el tiempo y su contingente inteligibilidad desde un presente que se sabe haciendo pie en el pasado, pero no menos que en el futuro.

Lic. César E. Juárez

Instituto de Estudios Antropológicos y Filosofía de la Religión

Facultad de Filosofía y Letras

Universidad Nacional de Tucumán

Intersticios

Tus micros poseen la contundencia de los haikus, sutileza y a la vez una profunda observación del alma humana.

Liliana Bellone

Una lengua domesticada por la fina pluma de su autora. Un arte que penetra hasta la médula. Un ritmo que embriaga y mantiene en vilo la atención.

Emilia Acosta

Tus textos, bellos y conmovedores, reflejan tu singular impronta del trabajo con lo fantástico y la permanente búsqueda del origen y proceso de la escritura.

Ana María Martinengo

Flor del desierto

Intersticios, Nélida Cañas, Apóstrofe ediciones, Jujuy, 2014

Por Ana María Martinengo

La brevedad es el alma del ingenio.

William Shakespeare

Las pequeñeces son lo eterno,

Y lo demás, todo lo demás,

Lo breve, lo muy breve.

Antonio Porchia

Escribir es como cuidar un bonsái.

Alejandro Zambra

Después de leer Intersticios (2014) surge la imperiosa necesidad de comentar la sublime belleza de sus textos.

En ésta maravillosa obra de Nélida Cañas, que reúne 95 microrrelatos, todo está dicho con menos palabras que las necesarias. Todo cuenta, en el sentido “económico” _todo suma_ a la vez que, en el sentido “narrativo” del término, todo relata.

Nélida ya ha experimentado con éste género en otros libros de su vasta obra, siempre siguiendo los lineamientos estéticos que la caracterizan: brevedad, lirismo, ficción, poesía, evocación, sugerencia, repetición…

La ilustración de tapa: una flor que surge entre las grietas del lugar más árido del mundo. Delicados pétalos rojos entre lo gris. La belleza hecha de desierto y flor. Pensé en la flor de Coleridge, conocida en sueños y traída a la vigilia como prueba de su existencia .

Contemplando esa flor nacida en la soledad de la aridez, ya comenzamos a prepararnos para escuchar el rumor de la palabra que nace con el esfuerzo intenso por decir lo inefable. Que surge entre los intersticios de la memoria, de la palabra y del silencio. Como expresa la narradora en la introducción: Una pequeña hendidura para poder mirar/ Para vislumbrar mundos posibles/ Para acceder a lo que enuncia y a lo que calla/ Para imaginar historias y desovillarlas…

Siempre en la permanente búsqueda del origen y proceso de la escritura, su verdadero sacerdocio, Nélida dice:

Voto

No ignora que la atención es una forma de plegaria, de reunirse con lo sublime. Y aunque nunca lo alcanza, cuida de cada palabra y del silencio blanco de la hoja. Con la misma dedicación crea intersticios donde dejarse estar.

En Intersticios la autora se vale de la sugerencia, rasgo propio de la microficción para poder significar sin decir:

Comulgantes

Mi madre solía arder en extraños fuegos. Los que la rodeábamos comíamos de sus cenizas.

Hace alusión a momentos conmovedores de personajes creados desde sus vidas intensas, sus presencias creativas, sus hechos inolvidables…

El eterno regreso

Se marchará de nuevo Ulises a cumplir su destino y cada noche Penélope destejerá los hilos y hará nuevos ovillos para la trama de los días.

La ironía o el sarcasmo, siempre inteligentes, valiéndose de intertextos, nos sorprenden hasta la sonrisa o el espanto. (El elemento perdido – Aurora – Crecida)

Aurora

“Quise ser la madre de una criatura única, austera y brillante. ¡La maravilla encantada!”, repetía a quien quisiera oírla Aurora Rodríguez, la mujer que no dudó en matar a su hija mientras dormía porque escapaba a sus designios de ser la aurora de la humanidad.

La poeta relata tanto desde su yo contemplativo como desde su yo participativo, abriéndose a sus sensaciones y vivencias personales esbozando, a veces, elementos autobiográficos donde sus seres queridos emergen a la microficción:

Maternidad

Ha preparado la cuna para su hijo con esmero y amor. Ha sentido algo trémulo, como un roce de alas: algo del misterio y lo sagrado. No ha sabido qué hacer con eso. Y ha llorado. A mis hijas

Lo atesorado de la vida cotidiana: jardín, pájaros, miniaturas… Cosas y seres de inefable belleza interpelan la escritura:

Visita

Un picaflor visita mi jardín y se acerca vertiginoso a las florcitas rojas de aljaba. Más tarde no supe si escribía porque un picaflor había visitado el jardín o porque al escribir inventaba su vertiginoso vuelo.

Los personajes insertados en mundos reales o imaginarios nos subyugan. Lo anecdótico se presenta inmerso en la fantasía. Y ahí, en lo fantástico, y al modo de Borges, Monterroso, Chuang Tzu…, el arte y la inteligencia de la narradora permiten al lector ser parte de la ensoñación.

Cuenta Colette

Mi amigo le preguntó a su perro: ¿Qué llevas ahí? El animal abrió el hocico y un ruiseñor vivo, intacto salió de su boca.

La autora, en su continuo indagar en el proceso de la escritura, deviene

Jardinera

Trabaja con minuciosa dedicación. Cuida de los espacios despojados y de los intersticios tanto como de sus plantas. El jardín es pequeño, pero requiere cotidianamente de su tiempo. Le gusta el silencio y la plenitud gozosa del canto de los pájaros. En los ratos libres escribe microrrelatos.

El lector de Intersticios debe comprometerse a darle un sentido al relato. Ya que los textos requieren de un lector avezado, preparado desde lo intelectual para poder descifrar, interpretar las vidas de los seres a que se alude: escritores y artistas abren en nosotros sentimientos de admiración que nacen de sus éxitos, de sus sufrimientos, de sus soledades. Como Virginia Woolf, Emily Dickinson, Silvina Ocampo, Marguerite Duras, Edgar Morín, Fernando Pessoa, entre otros….

Defensa de la intimidad

Gregorio Samsa, ya convertido en cucaracha y despojado de todo cuanto ama, se aferra a una lámina, que él mismo ha pegado en la pared de su cuarto: una muchacha hermosa a la que cubre con su cuerpo.

Texto a texto, Intersticios nos va llevando a realizar pactos tácitos con sus palabras. A esforzarnos y comprometernos a encontrar el relato en el relato, a buscar la narración oculta. Como lo hace Nélida aún en la rutina de los días. […] La maleza que invade el jardín. Los papeles y ramitas traídos por el viento. Hay que lidiar con más: las manchas de humedad, el moho, las polillas. Y más: los platos, las tacitas, los vidrios, las persianas, los pisos, los manteles. Y volver a empezar. Salir al patio. Percibir los aromas del jardín. Admirar las flores. Los colores. Escuchar la música del corazón. Lidiar con las palabras, los silencios y la pluma finísima que se desplaza por los intersticios de la nada.

Arroyo Cabral, octubre de 2014

El rumor de lo que nace

Cuando uno escribe fracasa de aquello que no puede decir. De la sospecha que persigue y no sabe qué es. El que escribe habla de lo que no conoce. Ese no saber es el aroma que lo atrae y sostiene la mano trémula en el desierto de la hoja. A menudo recuerdo aquellos pasos de equilibrista sobre esa línea, que yo misma trazara y no me alejaba de nada porque siempre había que regresar. Como la escritura que no cura de nada ni tampoco salva. Pero que, para quien escribe, aún con la conciencia del fracaso, es el lugar de resistencia. La línea que proyecta el ser hacia lo desconocido. Hacia el propio libro que se abre en uno. La pasión por la escritura es la pasión por ser más allá de los propios límites. Es escuchar en el silencio, que se abre en el espacio blanco de la hoja, el rumor de lo que nace.

Soledad

Entonces hablaba de caballos, de cosechas, del viento…

Entonces hablaba del silencio y la soledad de los cuerpos agostados de mis padres. Padres apasionados. Primitivos en sus emociones. Empeñados en un combate perpetuo. Siempre me sentí separada. Extraña a tanta desmesura. Pequeña trapecista en el vacío, que amaba el equilibrio y el silencio. Pequeña trapecista atravesada de esa otra oscuridad.

Tal vez por eso aquellos ejercicios de contemplación, deslumbramiento y ceguera.

Tal vez por eso aquellos ejercicios de concentración y riesgo, juego y entrega, pasión y soledad.

Aquella, la de la infancia, la primera soledad, ya era la soledad de la escritura.

La soledad me asiste y me socava. Siempre está a mi lado. Le hago un sitio donde quiera que vaya. Sin ella, sin la soledad, la escritura es imposible. La escritura es una pasión en soledad. Esto no significa aislamiento. No significa ser inepto para el mundo. Simplemente el mundo se ofrece de manera diferente. Se ofrece para ser mirado. Para ser interrogado.

Hay períodos estériles en que uno se siente vacío, más separado que nunca, desasido. Entonces nada te sujeta.

El hilo, aparentemente tenue de la escritura, sujeta. A veces parece perdido, pero en algún recodo del laberinto lo volvemos a encontrar. Solitarios, perplejos, asidos de ese hilo, atravesados por esa pasión, por ese hambre insaciable de hilandera, nos reencontramos con lo único que somos.

Mariposas de Pekín

El paso del tiempo y lo efímero del ser, su levedad volátil, es una constante de la poesía de Nélida Cañas, poesía de aire y clara materia, alejada del peso y los aromas y sombras fascinantes de la nocturnidad: poesía de vuelo, alba, cristal, apenas musitada, paradójicamente portentosa en su dulzura, en su delicado porte, poesía de instancias determinantes: la mortalidad engarzada en la luz del día, en el batir de alas de las mariposas del estío, instancias que la poeta en su ya larga travesía recobra, como en otros libros. En Una palmera en el fondo del cielo (Summa, Bs. As. 2003), confiesa: No puedo recobrar mi balbuceo. He pasado por extraños y estrechos parajes (consistencia de médium, de viaje hacia ignotos espacios, como una Eurídice dispuesta a hollar y retornar del Hades).

Entonces la expresión se adelgaza porque es necesario atravesar una grieta, la más recóndita e imposible, la grieta del ser para retornar con el mensaje cifrado y cierto de lo efímero y a la vez eterno en su breve existencia.

Liliana Bellone

Fenomenología del tránsito

Mariposas de Pekín (2012)

Nélida Cañas

(Apóstrofe Ediciones - San Salvador de Jujuy)

David Lagmanovich ha establecido una distinción –por cierto no desdeñable– entre poemario y libro de poemas: mientras el primero obedece a una unidad de ejecución que rige al todo, el segundo es sólo una recopilación de poemas que no pretende instaurar en modo alguno una aseveración poética de conjunto. Traemos a colación esta distinción, ya que Mariposas de Pekín (2012) –último libro publicado de Nélida Cañas– posee todos los rasgos que –siguiendo a David Lagmanovich– reconoceríamos como propios de un poemario. A través de sus más de sesenta poemas –sesenta y ocho, para ser exactos– se tematizan una y otra vez los aspectos de aquello que no cesa de manifestarse en la enunciación lírica como lo inaferrable en sí mismo: la vida. De ahí –pues– la belleza verdaderamente sobrecogedora de poemas como “Desapariciones”, “Fragilidad”, “Rara materia”, “Anteojos oscuros”, “Serenidad”, “Tránsito”, “Canto” u “Ocarina”. Detengámonos en la escueta configuración de “Tránsito”. Leamos entonces: “soy una mujer / que sostiene algo / que va / de la realidad de la vida / a la realidad del lenguaje // vivo en ese tránsito” (61). En efecto: lo que parece estar en juego aquí es nada más y nada menos que una fenomenología del tránsito cuya música –usualmente homologable al silencio, y por lo tanto difícil de asir– es capaz de interpretar con sutileza un yo lírico que nunca se muestra reticente a sortear los obstáculos que semejante tarea acarrea.

Mariposas de Pekín (2012) es ejemplar –asimismo– en más de un sentido; por ejemplo: en el uso de paratextos –de Ilya Prigogine, de Paul Auster, de Raúl Gustavo Aguirre, de Edgar Bayley y de Lêdo Ivo–; en su elaborada escansión hecha de blancos y de espacios simples o dobles; en la selección de la fuente tipográfica –totalmente apropiada para un poemario–; y –por último– en el establecimiento de las posiciones que los poemas ocupan en las respectivas páginas. Para finalizar, quisiera recordar un memorable pasaje de Platón que aún sigue hablándole a un presente como el nuestro, quizá lo suficientemente alienado como para no dejarse decir nada de lo que –en rigor– le concierne en un sentido eminente; cito a Platón en la impecable traducción de Emilio Lledó: “son ellos, por cierto, los poetas, quienes nos hablan de que, como las abejas, liban los cantos que nos ofrecen de las fuentes melifluas que hay en ciertos jardines y sotos de las musas, y que revolotean también como ellas. Y es verdad lo que dicen. Porque es una cosa leve, alada y sagrada el poeta”. En fin: ¿Y si extrajéramos solamente de ahí –no más allá de eso– una consecuente meditación que responda con dignidad a las palabras que Platón le atribuye a Sócrates?

Lic. César E. Juárez

Instituto de Estudios Antropológicos

y Filosofía de la Religión,

Facultad de Filosofía y Letras, UNT

Mariposas de Pekín

El poemario Mariposas de Pekín da cuenta de un espíritu poético inquieto, capaz de descubrir belleza en las múltiples modificaciones cotidianas y en la brevedad de los desplazamientos. Para Nélida Cañas la fragilidad de la vida es una constante y de eso se trata cuando leemos su presentación en “Tránsito”: “Soy una mujer/ que sostiene algo/ que va / de la realidad de la vida/ a la realidad del lenguaje/ vivo en ese tránsito”.

Muchas veces se nombra lo genérico y hay una mujer y un hombre enmarcados en encuentro, allí se produce la emoción y el renunciamiento, aunque la esperanza quede, tal cual lo vemos en “El mensajero”: “y ella ha caído en vértigo hasta el desierto/ de sus días y sus noches/ y lo ha amado por eso/ por ser el furtivo mensajero/ de eso inefable/ que aún le queda por vivir”.

Los poemas hablan desde una voz femenina para nombrar al otro, para nombrar presencias que se acercan y diluyen, pero también distinguimos otra emoción en “Resistencia” porque “la vida se resiste a ser pensada/ ella está en otra parte/ no de este lado sino del otro/ aunque tal vez no haya otro lado/ o lo que es peor el otro lado sea/ una exacta reiteración de lo mismo/ y su sola existencia/ aniquile toda esperanza”. Pero Nélida tiene la capacidad para transformar esas vivencias como lo vemos, en “Gracia”, donde pronuncia: “ella cruza la noche/ desvaneciéndola/ una lluvia impensada/ la vuelve tan intensa/ como gota de luz/ de ese fulgor de lo inefable/ su mano recibe/ la gracia del poema”.

Las composiciones líricas son breves, intensas y ellas van dibujando un sentir poético para todas las cosas. Nélida ejercita su vocación contemplativa y reflexiona sobre la vida, la naturaleza que se multiplica en árboles, flores, pájaros, nidos. Allí, la sensibilidad poética va señalando emociones y encuentros con amigos, con el padre de un amigo en un lugar del Norte, como lo retrata en “El padre”: “todavía es invierno/ el padre de mi amigo Francisco/ se sienta solo en el parque/ se diría un árbol nudoso y sombrío/ tallado por la lluvia/ (. . .) se deja estar/ se deja estar en eso de sí mismo/ tan lejano y callado”. Es especialmente generosa y lírica en el poema dedicado a su padre cuando se dirige a él: “lavo tu cuerpo/ padre/ y dejo tus pies descalzos (. . .) lenta será la marcha/ sin fatiga cruzarás/ los campos de la infancia/ tu madre te aguarda/ con el cántaro/ de leve paraíso/ que habrás de beber”.

Nélida apela a una referencialidad que indica también presencias que se diluyen para dejar un consuelo de alegría por venir que se reitera porque “aquello sucedió en mí y sigue sucediendo/ una tormenta de nieve/ ha borrado su huella sobre la tierra”, según pronuncia en “Nieve”.

Las composiciones líricas de Nélida Cañas tienen la frescura y color de las pinceladas pictóricas, hechas en acuarelas van dejando fulgores que contagian y desvanecen rudezas cotidianas. Su permanencia en la vida es poética y su contacto con distintas entidades de la vida cotidiana no la alcanzan y llegan a ella brevemente distrayéndola, siempre huérfanas de esencias vitales, por eso reprocha en “Hacia el fondo de las cosas”: “qué son las cosas/ frágil travesía en la memoria/ líneas de un sueño ajeno/ atravesándonos”. Para completar esta mirada existencial del universo, nos detenemos en un poema especial “Voracidad” porque, entre las cosas que invaden el diario vivir, la naturaleza proclama también una presencia no pacífica, imagen que connota en “Voracidad” cuando asevera: “la tierra aguarda voraz/ la fragilidad de la hoja que cae”.

Los poemas nos manifiestan una compenetración entre naturaleza y sentir poético que va más allá de la vida en su devenir agitado o rítmico y la poeta vive la fragilidad de una gacela herida en inevitable cacería, por ello pide “noche abierta” para las heridas que le duelen y habitan.

Mariposas de Pekín es un poemario íntimo de Nélida Cañas que transmite su sentir poético, un lirismo construido con palabras cotidianas, donde la naturaleza la habita energizándola, construyéndola, confundiéndola con hoja o gacela, dando a sus ojos interpretaciones distintas. Los hombres amigos son árboles, ella es vulnerable en inevitable cacería y ama la vida y canta. El transcurrir vital se define en la cita que incorpora de Lèdo Ivo con la que cierra el libro: “Y la hierba crece. Y el agua corre. Y el mundo recomienza”. Agregamos que entre la naturaleza, las emociones y cosas pintadas en óleos y acuarelas frescas por Nélida Cañas, las tenues mariposas de Pekín liban, vuelan para otorgar luz a su libro y dar color al mundo de quienes la leemos.

Ana María Mopty

Relatos

En este cielo que la poeta y narradora imagina para sí y para los eventuales lectores, es improbable que podeamos fotografiar al yo de una vez y para siempre. Diríamos: se corre, o bien: encarna de un modo inusual el tránsito en que esencialmente consiste. En su enunciación -escribe Hämburger acerca del discurso poético en general-, el yo: "no apunta al polo del objeto sino que retrae éste a su propia esfera vivencial, y con ello, lo transforma". De ahí provienen, pues, las sutiles transformaciones de lo real en esta escritura cuya porosidad insiste en hacer tangibles los enigmas cotidianos.
Nélida Cañas cree, en efecto, que "menos es más"; no por azar, entonces, seguirá aquí con minuciosa fidelidad la indicación de Emily Dickinson: "Lo que pueda hacer lo haré/aunque sea pequeño como un narciso".
Lic. César E. Juárez

Una palmera en el fondo del cielo

Quisiera encerrar en un título mi comentario-poético sobre esta maravillosa obra de Nélida Cañas. Limitar su creación para que no nos desborde. Para que no puje eternamente por todos los confines de nuestra existencia, impidiéndonos ver su mandato primordial: el de la escritura y sus fuentes de inspiración. Esos lugares inalcanzables, irreductibles. De ahí he dado en llamarlo:

LO IMPOSIBLE DEL DESEO

Quisiera ser concisa e intensa para no desencantar la escritura de Nélida.

Quisiera llegar a los poemas-aforismos y transmitirlos, como lo hace ella, de un silencio a otro silencio.

Quisiera darle a la aforística todo lo poético, y a la poesía todo lo aforístico, como lo hace ella.

Quisiera ser Una palmera en el fondo del cielo: nacer en lo inhabitable del nombre, sostenerme en lo inefable de las palabras y proyectarme en lo inaprehensible de las letras.

Y del alfabeto arbóreo ser la letra-palmera; pender desde sus palmas, balbuceando versos, esbozando cuerpos, diseñando danzas.

Ser mujer-palmera, que gime los dolores de su cuerpo, ocultándolo bajo sus pliegues: Tu voz habitó mi cuerpo. Nunca supe qué decías por mi boca.

Ser esa mujer que se pregunta. Que ahonda en las preguntas perpetuas e inmutables, Muerte, Amor, Poesía: En el límite de la muerte, la mirada de mi padre nos llevó con él. ¿Dónde nos llevaría si no hubiera nada del otro lado?

¿Cómo se nombra eso de la vida que habiendo estado ahí, deja de estar un día?

¿De dónde vienes, cuando vienes,poesía, abriéndote a través de mí como lluvia encendida?

Quisiera, como Nélida, deshojar la palmera. Afinarla hasta volverla escritura: Mi escritura es un merodeo en torno a lo que callo. Cuando hablo el silencio nombra tu ausencia y paso por el ojo de la cerradura tantas veces hasta volverme transparencia.

Quisiera poder rememorar mi infancia. Percibir lo que ella me trae al presente: su don: La llanura es un horizonte de verdura. Crece a cada paso. Envuelve. Constituye Lava despacito, sin estridencias. Despeja. Despoja. Nos hace aguardar lo que no se alcanza. Esperar lo que no se nombra.

Mientras cruzo el puente sobre el río, disuelvo la distancia suspendida entre la mano que espera y el corazón que regresa.

Quisiera habitar mi frontera. Ahí donde la creación, ahí donde el equilibrio: No sé decir quién soy. Tal vez el borde de algo que se aleja.

Limpiarme, purificarme, preparando el esbozo de lo que vendrá: Una lluvia pertinaz ha lavado mi carne hasta alcanzar el hueso. Ahora puedo leer con estos ojos limpios el libro que vendrá.

Quisiera, como Nélida fotografiar mi imagen, hacer uso de mi alteridad. Y en mi permanente repetición recuperar con ella esa parte de creación que se resta a la muerte para sumarle a la vida: Percibo con los ojos de la carne ese fragmento de leve eternidad en que te recupero.

Quisiera tener lo que no tengo, hacer lo que no puedo …siempre gustamos de lo que carecemos

Sólo me queda actuar, representar la vida vestida de palmera, convertirme en escritura … Lejos de todo. Cada vez más en la flor ausente.

Poesía - Mención de Honor Luis de Tejeda 2000 - Certamen Nacional de Poesía

El agua y la greda es un libro bello y fuerte y tengo la certeza de que representa una etapa nueva en la trayectoria poética de la autora. La regencia del agua y la greda abre las puertas de un mundo al mismo tiempo perdido y reencontrado, en que la confesión personal se expande abarcando a seres familiares, paisajes, objetos, flores, legumbres. La forma "escultural", en que los poemas asumen la forma de jarros y otros utensilios, sustenta una forma secreta, en que la efusión y el pudor, la memoria y la reflexión se enlazan misteriosamente.

Lêdo Ivo

Cuentos

Leer De este lado del mundo es como mirar la puerta de una nueva casa, entrar y recorrerla. Penetrar a un espacio al que tenemos que llenar, al que tenemos que comprender.
Las palabras son las paredes que guardan el pensamiento, la realidad, la pasión, el miedo. El lector invade el espacio y puede elegir comenzar por estos o aquellos. Ambos postulan una relación secreta entre el mundo interior y el de las cosas.
Estos condensan los deseos y los espacios finitos, destinados a desaparecer para siempre. El lenguaje está en estrecha relación con el hilo antiguo, el hilo primordial, que es la poesía.
Aquellos perciben el movido espectáculo del mundo en sintonía con el ritmo interior. La emoción y el asombro producen el viaje del gozo.
En realidad, comenzar por una parte u otra será sólo una decisión o un juego. De este lado del mundo consitituye un texto con multiplicidad de miradas sobre el universo.
Emilia Virgina Acosta