martes, 17 de diciembre de 2013

Orfebres



      Se trabaja el ser desde el nacer al morir. Se trabaja con paciencia de orfebre. Y trabajan con uno los que están cerca. A veces los que están cerca nos cercan con paciencia de orfebres.
       En silencio el ser compone su propia música escuchándose profundamente. Escuchando. Al principio de la vida se es fuerte. Hay un empuje inmenso, un empuje que nos viene tal vez con aquel impulso ciego de nacer. Nacer, no sin dolor, por el oscuro y estrecho túnel hacia la luz. Hacia la violencia de la luz.
      Trabajar. Ser orfebres de un sí mismo ignorado. O no tanto. Hay una melodía que viene con nosotros. Una melodía que conoce suavidades y estridencias. Altos y bajos. Las formas posibles del sonido y el silencio.
    Poco a poco se pone uno a tono con su ritmo interior. Trabaja y elige a cada paso. No digo con sabiduría. A veces, puro instinto. A veces, intuición. A veces, visión. Así va marcando su propio itinerario.
      A veces viene un golpe duro, terrible, que desajusta el andamiaje. Corroe las notas de la melodía interior. Y uno se pierde entonces de sí mismo, en una selva enmarañada y oscura. Impiadosa. Cuesta retomar el ritmo. Cuesta volver a escuchar las notas quebrantadas de la propia melodía.
         No hay maestros que ayuden a retomar el ritmo. Sólo uno mismo conoce las notas olvidadas. Pero, 
¿ cómo escucharlas? ¿Es posible  tomarlas en su quebrantadura y ponerlas otra vez al compás del propio, enturbiado, corazón?
       

lunes, 16 de diciembre de 2013

Poemas del Libro de las flores (inédito)




*
Enunciación

el poema
florecido
en mi mente
aroma
que persiste
aún en el olvido
del color y la forma

*
Florecimiento

convocar a la flor
gestarla en la vigilia
en el sueño
nacerla
seducirla
copular desvergonzadamente
con ella
socavarla
como un amante enloquecido

amar a la flor
hasta negarla
renegar de ella
estrangularla

florecer
florecer al fin
en el silencio
de lo leve

domingo, 15 de diciembre de 2013

Flores




        Mi padre nació en la pobreza. De padres analfabetos, que es otra forma de decir pobreza. Peones de campo. Sembraban la tierra, aguardaban la bienaventuranza  del clima y luego recogían las cosechas. 
        Mi padre apenas si sabía leer . Apenas balbucir lo que se abría ante sus ojos como un mensaje cifrado. Fue hasta segundo grado de una escuelita rural en la llanura.  Escribía con dificultad, con el empeño de los niños, tomando muy fuerte el lápiz y dejando sobre la hoja un trazo grueso y profundo como si se tratara de un surco sobre la tierra. Cuando debía escribir su profesión ponía: "Agricultor", con la A mayúscula en pico como una pirámide. Una A capaz de elevarse hacia el cielo. Una A capaz de tocar la felicidad.
       Cuando todos lo hermanos se hicieron hombres pudieron arrendar la tierra. Ahí estuvieron trabajando esa tierra fértil y generosa hasta que decidieron tomar cada uno su propio camino. Aquel fue un doloroso desprendimiento. Remataron los animales y las herramientas. Todo lo que durante años habían logrado reunir. Mi padre se quedó ahí, sujeto a esa pérdida. Se acentuó su melancolía. Nunca dejó de ser aquel agricultor con la a mayúscula  enhiesta y orgullosa como una pirámide.
     En nuestra casita del pueblo al que nos fuimos a vivir mi padre tuvo su jardín: marimonias, dalias, crisantemos, lirios morados y blancos, violetas y geranios. Tenía una bicicleta roja y cultivaba su jardín. Siempre trajinaba gajitos, bulbos o ramos de flores. La gente que le agradaba recibía sus flores recién cortadas.  Por las tardes solía cruzar el pueblo hasta el otro lado del ferrocarril donde estaba la gruta de Nuestra Señora de Lourdes. Iba a llevarle flores y a pedirle por sus cosas. Es posible que pidiera para ser feliz. Porque mi padre no fue feliz. Entonces debía pedir por felicidad. O por una oportunidad para la alegría. Tal vez me equivoque y más allá de su melancolía, de su mirada siempre lejos, había pequeñas alegrías. ¿Acaso cultivar la tierra o andar a caballo, solo, en la plenitud de la llanura?¿Acaso cuidar su jardín o regalar aquellos ramitos? ¿Acaso mirar lejos, atrapar lo lejano? No lo sé. No sé cuales hayan sido los motivos de su alegría, pero recordarlo ahora cultivando la tierra o regalando las flores de su jardín me hacen pensarlo como un hombre bueno y generoso. Lo demás se lo llevó con él. En su mirada profunda hecha de lejanías.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Acerca de mi padre





28 de diciembre

Mi padre se inventaba pequeñas historias para sorprendernos El Día de los Inocentes: un amigo venido de muy lejos nos aguardaba en la puerta, la llave no funcionaba y habíamos quedado adentro, su bicicleta roja había desaparecido, el cielo anunciaba una tormenta desmedida... Él, el más inocente, quería sorprendernos, regalarnos un instante de felicidad hecho de lo insólito, de aquello que pudiera romper la monotonía de los días, acaso la tristeza. Entonces era una niña y nunca le hice saber que conocía sus inventos. Actuaba para él. Me sorprendía. Dejaba que creyera mis asombros. Luego los dos nos reíamos y ahí nos encontrábamos. Nos encontramos todavía cuando escribo este breve texto y te dejo saber que los dos, vos y yo, éramos muy malos actores, pero cuánto nos amábamos.


Jaurías del Alba





"Que no se acuse a nadie de mi vida."

Marguerite Yourcenar


*

Desatadas jaurías
merodearon
la orilla de mis días
Hambrientas devoraron
uno a uno
los amores más puros
Mutilada
sangré por la palabra

No podrá la muerte


*

He sido un pez
una loba
una roca
alguna flor silvestre
en la montaña

Nunca el alba
nunca tu mirada
ni ese graznido seco
en la tormenta

Nostalgia de los reinos
que he perdido

De Jaurías del Alba, Alción Editora, Córdoba, 1998