miércoles, 26 de febrero de 2014

Poemas reunidos en la noche





*
en el terciopelo de la noche
la oscuridad
de la noche

a veces un desgarramiento
como si una seda preciosa
se rompiera

a veces una oscura lamentación
un dolor que no puede
articularse

sólo el desgarro
y
la sangre preciosa
que se pierde

*
Invierno

en la alta noche
sólo quiero abrazar
a mi perra
-su cuerpo tibio
su suave olor animal-

lejos de los subterfugios
 del lenguaje
de sus bastones de hierro

lejos de la ebriedad
 de los sentidos
de sus vidrios oscuros

sólo
la quietud de la noche
el cuerpo tibio
de mi perra
su perfume
la profunda entrega al sueño
despojada
lejos
tan lejos
de este mundo demencial

a mi perra Frida 
27 de agosto de 2008

*
Camille

insomne
elige
 el mármol más puro

le sangran las manos
el frío
le agrieta los labios

no obedece
 al dolor
ni al frío de la nieve

Camille talla
la piedra oscura
de su desdicha

alucinada 
llega al corazón de la piedra
y la piedra
dice

sábado, 22 de febrero de 2014

NARRARSE A SÍ MISMA

En la fragilidad de los días, Nélida Cañas

Apóstrofe Ediciones, 2013, 74 páginas 


Verónica del Carmen Gutiérrez* 



                                                                  Lo que quiero contar es tan delicado como la propia vida 
                                                                                                                               Clarice Lispector 


En la fragilidad de los días, de Nélida Cañas, reúne una serie de prosas poéticas configuradas a partir de una voz narradora que recuerda fragmentos de la infancia para encontrar ahí los pliegues del deseo de la escritura. Es el tono confesional el que gana la narración, el que urde los fragmentos de la memoria y los deseos, los rincones de la infancia y las antiquísimas palabras de las que se nutre la escritura presente. 
En estos textos, la infancia queda anclada a un lugar, la llanura, al sur de la provincia de Córdoba. El cielo de la infancia, “lugar donde el horizonte siempre está más lejos”, coincide con el cielo inagotable de la llanura, con las primeras palabras y las primeras letras, las primeras formas de acercarse al mundo, de revelarlo. El libro, claramente autobiográfico, es también una reflexión sobre el trabajo de la escritura, que no consiste en otra cosa aquí que en sacar las cosas de su mutismo. Nélida Cañas logra mantener en él un equilibrio entre los pasajes marcadamente líricos y aquellos en los que se produce una distancia y se piensa el trabajo con la palabra y el acto creador. 
La llanura es la casa de la abuela Leonarda, las acacias y tamarindos, el olor a la tierra mojada, el sonido de las gotas de lluvia sobre los techos de zinc, el viento, el tren, el hielo de la escarcha pero es también el sitio de la dimensión del fantasma, el espejo en el que el yo se mira y encuentra a la otra, a la niña que caminó entre esas acacias y tamarindos, que vio el tren y el hielo de la escarcha, y en ese reflejo quien cuenta encuentra las cifras y los gestos que anuncian una vida: la de la escritora, la de aquella que busca penetrar en lo incierto y salirse de sí para mirar el mundo con el asombro de una niña. Ahí, en ese reducto fantasmático de la llanura, que ahora la literatura recupera, se fraguó un destino. Junto con la naturaleza y los instantes recordados están las primeras lecturas, algún libro cuya historia se ha olvidado, las novelas de Corín Tellado, la revista Idilio, y el amor por la escritura de un padre casi analfabeto. “Ahí, siendo una niña hecha de asombro y de quietud, nació mi escucha apasionada y el deseo de escribir. El mismo deseo que me sustenta todavía.” La llanura es, por ello, en el texto de la escritora cordobesa, un espacio geográfico y un espacio íntimo, interior y propio, y lo es indistintamente; se confunden los planos hasta volverse uno en el texto literario. 
Los espacios y los actos cotidianos se cargan del encanto que les da la memoria (tender la ropa al sol, jugar en el patio a la equilibrista) y recuerdan a esas geografías fulgurantes de la infancia de las prosas-poemas de Marosa Di Giorgio, por ejemplo, palabras dictadas al oído por una voz/niña, narradora sujetada para siempre al espacio fantasmal de la infancia y de los seres mágicos que la pueblan. 
Si el texto exhibe un tono confesional, ¿ante quién dice?, ¿ante quién recuerda?, ¿quién es ese otro de la comunicación, el destinatario confidente de esa comunicación íntima? La narradora habla también con la niña que fue, desdoblándose en la letanía con la que se inicia el libro: “Pequeña niña nocturna/Salvaje. Íntima niña. /Animal voraz, desgarradura/Niña pequeña nocturna. Sola. Perdida niña mía/ Espejo. Danza. Gozo del fuego/ Pequeña niña nocturna. Tan mía. Tan de mí. Tan insaciable.” El sujeto autorreferencial habla consigo generando una textualidad (artificialmente) dialógica. Contarle a la “Pequeña niña nocturna/Salvaje. Íntima niña” es narrarse a sí misma la historia familiar, la vida en la llanura que apenas vuelve, escribir sobre lo que la frágil memoria sostiene, desdoblarse en personaje/narradora/niña para entender y entenderse al mismo tiempo, comprender de algún modo el universo vivido y la alquimia de sensaciones que originó la escritura. La escritura aparece, entonces, como una prolongación de los años infantiles. 
“Una niña pequeña vive conmigo desde que nací. En hora extraña se abraza a mis rodillas, me mira con ojos desprevenidos y quiere que le cante su canción
[…] Así vivimos, acomodadas la una a la otra. A veces cómplices. Adversarias, otras. Condenadas a soportarnos en la fragilidad de los días.” 
Junto con esa niña que es ella misma pero que, a la vez, está perdida, la voz narradora recorre los días de los que la memoria apenas puede recuperar retazos, instantes, como señala el epígrafe de Marguerite Duras que abre el libro y condensa el sentido que guía la operación narrativa de Nélida Cañas: 
“la memoria siempre es rama, nunca árbol, así es este momento, son ramas, momentos en que mi mente viaja de lugar en lugar, de rostro en rostro, de aroma en aroma, del día a la noche y de vuelta al día.” 


*Instituto Luis Emilio Soto (UNSa.) - CONICET



EVOCACIONES :

EN LA FRAGILIDAD DE LOS DÍAS  - NÉLIDA CAÑAS -  
(Apóstrofe  Ediciones – Noviembre, 2013)

En el bello libro que hoy nos convoca, la escritora cabralense  Nélida Cañas nos deleita, una vez más, con su prosa poética y su narrativa breve.
En la fragilidad de los días” podría considerarse  una autobiografía contada desde las sensaciones y emociones vivenciadas por la poeta-niña en la “casa natal” que albergó su infancia, al sur de la provincia de Córdoba  donde  pudo “experimentar todos los juegos de la imaginación. […] La llanura preparó mi espíritu en la contemplación”.
Los relatos están hechos de instantes, de fragmentos de la infancia que no son cronológicos. Como no lo es _ al decir del poeta Hugo Mujica_ “el afecto, la memoria, las pasiones. La vida está hecha de momentos, intensidades, son las cosas que no pasan, que conviven con los presentes, que saltan a un pasado, resignificándolo […] El tiempo es más vital que la cronología…”
La narradora se pregunta, “¿Preparaba entonces, sin saberlo, mi cuerpo y mi espíritu para la escritura? “ La respuesta se abre al “cielo de la llanura, […] donde se conjugan todas las formas y todos los colores, donde el infinito pesa hasta hacernos sentir la verdadera dimensión de lo humano: su fragilidad”. Donde, al rememorar, la mujer y la niña se abrazan en una simbiosis creadora. “Así vivimos, acomodadas la una a la otra.”
Lo vívido de las remembranzas, la “naturaleza pródiga: garzas, gorriones, tordos , caranchos, lechuzas, palomas, calandrias… sauces, fresnos, eucaliptus, tamarindos, […] los campos de trigo, los alfalfares, los atardeceres, las tormentas, las gredosas  manos de los labriegos” abren en el lector  sentimientos de comunión e  identificación. Especialmente quienes han habitado estas tierras y se ven representados en los seres que “secretamente aguardaban para ser contados. […] Mi padre estaba hecho de viento y lejanía. […] A menudo puedo ver su orgullosa y solitaria figura en la enorme extensión de la llanura quitando una a una las malezas de aquellos surcos infinitos.[…] La abuela Leonarda se mece en el aire claro de la mañana… Entre las acacias y los paraísos de la casa de la infancia todavía escucho su respiración, como un rumor suave y dorado de una abeja en el fuego de la siesta.”
Borges sostiene en uno de sus cuentos que “el destino de cualquier hombre consta en realidad de un sólo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”.  Nélida confiesa: “Siempre supe de una manera misteriosa que la infancia, mi infancia en la plenitud de la llanura había configurado mi ser y mi estar en el mundo. Y por lo tanto mi escritura, que es mi natural forma de estar en el mundo […] Siempre fui escritora.  Aún antes de saber escribir “
La trama del mundo que nos rodea / es un texto para ser leído”,  reza el epílogo de “Lecturas de infancia”,  _ última parte de las tres que integran la obra_.  Un relato fascinante del encuentro de la niña con la lectura. “En la casa de la llanura no había libros [] Cuando mi madre se casó con mi padre, llevó a la casa de la llanura dos libros. Quizá su anhelo me acercó a la palabra. A la posibilidad de nombrar,  de arrancar del mutismo el nombre de las cosas.
Si el vacío alimenta el deseo y el silencio  la palabra,  de ambos  se nutrió la niña en la soledad de la llanura para poder expresarse como una “pequeña trapecista en el vacío, que amaba el equilibrio y el silencio”.  Nélida nos habla desde el “sigilo”, el “silencio”,  el “secreto” del que nace toda escritura.  Desde una realidad irreductible, más allá de esa “tierra inagotable” de la llanura con sus patios, sus techos y sus cielos. Nace de lo inaprehensible del amor, del dolor y  de la felicidad de una infancia eternizada en la fragilidad de los días.                      

                                                                                                                                                                                                               Ana María Martinengo


sábado, 15 de febrero de 2014

Todo viene de muy lejos y va más lejos que nosotros

Querida amiga, acabo de leer tu último libro En la fragilidad de los días que me hizo llegar nuestra entrañable amiga  Ana María y realmente me pareció maravilloso, ponerle poesía a la cotidianeidad no es fácil, quizá por ser cosas que tenemos tan incorporadas que no valoramos lo suficiente.
El paisaje pampeano con su horizontalidad,  puede resultar monótono para los viajeros, pero para sus habitantes está lleno de vida, secretos, olores, sabores y detalles maravillosamente descriptos en tu obra.
El rumor de lo que nace me hizo reflexionar mucho sobre  la creación y la obra de arte, creo que lo que siente el escritor ante la hoja en blanco es lo mismo que siente el pintor ente el lienzo o el escultor ante un bloque de piedra, en todos late el deseo de ser “mas allá de sus propios límites” lo fantástico es que vos hayas podido ponerlo en palabras.
Esto me hizo volver a una obra de Marguerite Yourcenar Con los ojos abiertos donde dice: Tengo la impresión de ser un instrumento a través del cual han pasado corrientes, vibraciones. Esto vale para todos mis libros, y aún diría para toda mi vida. Quizá para cualquier vida, y los mejores entre nosotros, quizá son también solo cristales conductores…. A propósito de mis amigos me repito con frecuencia la admirable frase que, según me dijeron, es de Saint Martin, “el filósofo desconocido” del siglo XVIII…jamás verifique la cita: “Hay seres a través de los cuales Dios me ha amado”. Todo viene de más lejos y va más lejos que nosotros. Dicho de otro modo, todo nos rebasa, y uno se siente humilde y maravillado de haber sido así rebasado y atravesado…
Finalmente te agradezco una vez más que me hayas ayudado a recuperar esa niña-adolescente que creí haber dejado en el pueblo para siempre, al leer tu libro se hizo presente y volvió a mi con toda su fuerza,  haciéndome saber que nunca se separó sino que me constituye, lo mismo que me constituyen los momentos compartidos con otras niñas de la llanura.

Con inmenso cariño y un montón de recuerdos te abraza.

Susana.