sábado, 22 de febrero de 2014

NARRARSE A SÍ MISMA

En la fragilidad de los días, Nélida Cañas

Apóstrofe Ediciones, 2013, 74 páginas 


Verónica del Carmen Gutiérrez* 



                                                                  Lo que quiero contar es tan delicado como la propia vida 
                                                                                                                               Clarice Lispector 


En la fragilidad de los días, de Nélida Cañas, reúne una serie de prosas poéticas configuradas a partir de una voz narradora que recuerda fragmentos de la infancia para encontrar ahí los pliegues del deseo de la escritura. Es el tono confesional el que gana la narración, el que urde los fragmentos de la memoria y los deseos, los rincones de la infancia y las antiquísimas palabras de las que se nutre la escritura presente. 
En estos textos, la infancia queda anclada a un lugar, la llanura, al sur de la provincia de Córdoba. El cielo de la infancia, “lugar donde el horizonte siempre está más lejos”, coincide con el cielo inagotable de la llanura, con las primeras palabras y las primeras letras, las primeras formas de acercarse al mundo, de revelarlo. El libro, claramente autobiográfico, es también una reflexión sobre el trabajo de la escritura, que no consiste en otra cosa aquí que en sacar las cosas de su mutismo. Nélida Cañas logra mantener en él un equilibrio entre los pasajes marcadamente líricos y aquellos en los que se produce una distancia y se piensa el trabajo con la palabra y el acto creador. 
La llanura es la casa de la abuela Leonarda, las acacias y tamarindos, el olor a la tierra mojada, el sonido de las gotas de lluvia sobre los techos de zinc, el viento, el tren, el hielo de la escarcha pero es también el sitio de la dimensión del fantasma, el espejo en el que el yo se mira y encuentra a la otra, a la niña que caminó entre esas acacias y tamarindos, que vio el tren y el hielo de la escarcha, y en ese reflejo quien cuenta encuentra las cifras y los gestos que anuncian una vida: la de la escritora, la de aquella que busca penetrar en lo incierto y salirse de sí para mirar el mundo con el asombro de una niña. Ahí, en ese reducto fantasmático de la llanura, que ahora la literatura recupera, se fraguó un destino. Junto con la naturaleza y los instantes recordados están las primeras lecturas, algún libro cuya historia se ha olvidado, las novelas de Corín Tellado, la revista Idilio, y el amor por la escritura de un padre casi analfabeto. “Ahí, siendo una niña hecha de asombro y de quietud, nació mi escucha apasionada y el deseo de escribir. El mismo deseo que me sustenta todavía.” La llanura es, por ello, en el texto de la escritora cordobesa, un espacio geográfico y un espacio íntimo, interior y propio, y lo es indistintamente; se confunden los planos hasta volverse uno en el texto literario. 
Los espacios y los actos cotidianos se cargan del encanto que les da la memoria (tender la ropa al sol, jugar en el patio a la equilibrista) y recuerdan a esas geografías fulgurantes de la infancia de las prosas-poemas de Marosa Di Giorgio, por ejemplo, palabras dictadas al oído por una voz/niña, narradora sujetada para siempre al espacio fantasmal de la infancia y de los seres mágicos que la pueblan. 
Si el texto exhibe un tono confesional, ¿ante quién dice?, ¿ante quién recuerda?, ¿quién es ese otro de la comunicación, el destinatario confidente de esa comunicación íntima? La narradora habla también con la niña que fue, desdoblándose en la letanía con la que se inicia el libro: “Pequeña niña nocturna/Salvaje. Íntima niña. /Animal voraz, desgarradura/Niña pequeña nocturna. Sola. Perdida niña mía/ Espejo. Danza. Gozo del fuego/ Pequeña niña nocturna. Tan mía. Tan de mí. Tan insaciable.” El sujeto autorreferencial habla consigo generando una textualidad (artificialmente) dialógica. Contarle a la “Pequeña niña nocturna/Salvaje. Íntima niña” es narrarse a sí misma la historia familiar, la vida en la llanura que apenas vuelve, escribir sobre lo que la frágil memoria sostiene, desdoblarse en personaje/narradora/niña para entender y entenderse al mismo tiempo, comprender de algún modo el universo vivido y la alquimia de sensaciones que originó la escritura. La escritura aparece, entonces, como una prolongación de los años infantiles. 
“Una niña pequeña vive conmigo desde que nací. En hora extraña se abraza a mis rodillas, me mira con ojos desprevenidos y quiere que le cante su canción
[…] Así vivimos, acomodadas la una a la otra. A veces cómplices. Adversarias, otras. Condenadas a soportarnos en la fragilidad de los días.” 
Junto con esa niña que es ella misma pero que, a la vez, está perdida, la voz narradora recorre los días de los que la memoria apenas puede recuperar retazos, instantes, como señala el epígrafe de Marguerite Duras que abre el libro y condensa el sentido que guía la operación narrativa de Nélida Cañas: 
“la memoria siempre es rama, nunca árbol, así es este momento, son ramas, momentos en que mi mente viaja de lugar en lugar, de rostro en rostro, de aroma en aroma, del día a la noche y de vuelta al día.” 


*Instituto Luis Emilio Soto (UNSa.) - CONICET



No hay comentarios:

Publicar un comentario