jueves, 2 de octubre de 2014
Silueta
La abuela Leonarda, luego de cumplir su ritual de lavarse la cara en la palangana blanca de loza y trenzarse los cabellos, que envolvía alrededor de su cabeza como una corona real, solía sentarse en su sillita baja y se quedaba ahí, muy quieta, con las manos cruzadas sobre la falda del delantal. Su mirada ausente seguía las sombras de los seres y las cosas. Callada y lejana no esperaba nada, acaso adormecida por el silencio o el rumor leve de las abejas. Cuando hacía mucho frío no salía al patio. Se quedaba en la cocina junto al brasero. De vez en cuando arrojaba un terroncito de azúcar a las brasas y toda la casa olía a azúcar encendida.
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