martes, 25 de noviembre de 2014

Acerca de El agua y la greda (Alción, 2001)


LA MATERIA DE UN NOMBRE 
por Silvio Mattoni

¿Qué hay en un nombre? Los breves poemas de El agua y la greda pareciera  que describen círcu
los alrededor de esta pregunta. Cada poema, un nuevo eco del nombre repetido, que suena a otro tiempo, a recuperación de un remoto pasado, un cuerpo desvanecido que sólo ha dejado su nombre pero que ha sido la materia de nuevos cuerpos, o al menos de los cuerpos del poema. "Soy Águeda", así comienzan muchos de estos textos. ¿Qué hay en un nombre, si no una voz que puede volver a ejecutar su timbre?
Nélida Cañas no ignora que su libro es un diminuto tratado sobre las posibilidades poéticas del nombre, sobre las imágenes materiales que despierta. Y en "Águeda" hay sólo dos letras más que en "agua": "deletrea su nombre/ configura/ ese contorno vago/ diluído en el agua". Pero la consonante dental se resiste a la disolución, al líquido que todo lo borra, donde un nombre no puede ser escrito.
El agua, esa antigua metáfora de las palabras destinadas al olvido, cae sobre una tierra, sobre el lugar donde yacen enterrados los antecesores de esa mujer que habla, que cuida algo perdido, algo que no puede recordar pero que está en sus frases, en la teología que hace de sí misma -pues podríamos decir que el libro despliega múltiples variaciones en torno al lema: "soy la que soy".
Y entonces se forma la greda, con la que se pueden moldear cosas, objetos, huellas tangibles. Ni el agua que susurra para  el olvido, ni la pesadez muda de la tierra seca, greda que resiste como rastro de alguien en forma de vasija para el agua o maceta con tierra.
Sin embargo, Cañas explora el mismo dispositivo que generan sus metáforas: "Soy/ Águeda/ una mujer/ hecha de palabras". Toda huella en el lenguaje se torna muy leve, busca la tenuidad propia del instante que anhela capturar: "Soy Águeda/ he conocido el vuelo breve/ intenso/ de la felicidad". Y quisiéramos admitir que la felicidad siempre deja huellas, no desaparece sin un resto, un gérmen de otros instantes, o de otras vidas.
Ya cometimos el irredento pecado de los comentaristas de poesía, la paráfrasis o glosa.Pero más que una voz y lo que dice o canta, Cañas acaso intenta reconstruir un cuerpo y sus sentidos, lo que Águeda vería, escucharía, la casa donde fue feliz, los parecidos que su rostro heredó y transmitió, los gestos de la necesidad, esos que una familia repite sin saberlo por varias generaciones. Y el nombre evocado por la poesía,convertido en voz y en la alegría de un cuerpo, adquiere la fluidez del agua, la densidad de la tierra, en fin, la maleable consistencia de la greda.
Los poemas hacen un mundo donde el nombre es soberano. Antes de convertirse en promesas de otras vidas, Águeda nos susurra: "de este lado del  mundo/ me arrebujo en mi nombre".

Publicado en La voz del Interior, Córdoba. Jueves 29 de noviembre de 2001

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