domingo, 6 de septiembre de 2015

El esplendor de las constelaciones




María Isabel Saavedra
Las dueñas del desierto
Apóstrofe ediciones, 2014

                                       

                              El esplendor de las constelaciones

“Todo el mundo conjetura -así lo siento- el grado 
de intensidad de un duelo. Pero imposible medir hasta 
  qué punto alguien ha sido alcanzado…”
Roland Barthes

   Marguerite Duras dice: “Un libro abierto también es la noche”. La noche del libro  propone el poema como enigma. La vida toda, cualquier vida, es parte del enigma. Y cada poema, un universo.
   Dice Borges en su poema El sueño:
La noche nos impone su tarea / mágica, destejer el universo, / Las ramificaciones infinitas / de efectos y de causas que se pierden /  en ese vértigo sin fondo, el tiempo…
   Un libro abierto, también es la noche y cada poema un universo ¿Cómo destejer el universo que propone esta dolorosa despedida? ¿Cómo aprehender con las palabras de este mundo su inasible elegía?
   Abro la noche y veo pequeños universos, poemas-asteroides, minuciosas construcciones del lenguaje…
 
   Las dueñas del desierto narra la crónica de una hija despidiendo a su madre. Las dos, madre e hija, en el mismo desvelo. En esa agonía del querer retener lo que debe partir y de asir lo que se deshace en el aire inmóvil. Y lo que se deshace es el hilo de la vida. El hilo que las une y se tensa   en la angustia de la despedida. Estarse ahí, en el aire inmóvil. Estarse En vilo:
Tengo una mala espina clavada en el pecho.
Esta madrugada -nunca más, ahora lo sé- la misma lluvia
suspendida entre tu boca y mi llanto. (pág.31)
   Esta crónica de una despedida, esta elegía profunda de la poeta María Isabel Saavedra, me remite a Madre e hijo de Alexander Sokurov, que narra en imágenes de sublime belleza la agonía y muerte de la madre. Madre devenida en hija, a quien su hijo alimenta, abriga, y levanta en brazos, como  a una niña indefensa, para llevarla en su último día a escuchar el rumor del viento…
   En Las dueñas del desierto, el dolor arrasa. No hay palabras. Nada. Sólo llanto. Es aprender “a alisar su penuria junto a la mía”, como quien plancha, desliza, acaricia, el dolor que no se va. Sólo se aquieta en los pliegues… Dos vidas detenidas. Como un caldero a fuego lento, la penuria. La penuria de la madre que suelta el hilo  y la penuria de la hija, que aún lo sostiene trémula. La partida inevitable las une en el mismo dolor: una, debe  abandonar.  La otra, soportar la pérdida…
La hija se despide de su madre
El ser se desprende del origen
La ausencia instaura la desolación, la sed del desierto…
De este lado del mundo, la hija aguarda estremecida “el crepitar de la chispa”. La roca del ser  deshecha entre las constelaciones… Y en la boca sellada, una plegaria leve: Aligera tu paso. / Hilvana de una vez el suave pétalo… (Desolación, pág.59)
   Como el hijo de la película de Sokurov, que sabe que el humo del tren lo lleva hacia algún posible, mientras la madre suelta el hilo y una mariposa roza la vida, que se expande liberándose.  Así para Balvina Usandivaras será el esplendor de las constelaciones y para la hija que escribe, para M.I. Saavedra,  el supremo desabrigo… Sólo ese “musitar anudado al ombligo/ desmoronado ya del soplo…” Y entonces todavía, “Apenas un deseo: / encantarte otra vez por las manos, / acaso rozarte. / Clara o turbia la palabra: / inadvertida llama en opaco arrullo.” (pág77)
   Y la palabra estremecida “va hasta su vuelo hecho de rocío”…Y la vida enhebra en el telar de las constelaciones una chispa,  una brizna de luz, un pétalo desgajado…

                                                                                    Nélida Cañas
                                                                                     Córdoba, 15 de mayo de 2015



*Marguerite Duras, Escribir, Tusquets Editores, 1994
*Jorge Luis Borges, La cifra, Emecé Editores, 1981
*Roland Barthes, Diario de duelo, Siglo XXI editores, 2009.
*Alexander Sokurov, Madre e hijo, una película realizada en 1997.





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