María Isabel Saavedra
Las dueñas del desierto
Apóstrofe
ediciones, 2014
El esplendor de
las constelaciones
“Todo el mundo conjetura -así lo siento- el grado
de intensidad
de un duelo. Pero imposible medir hasta
qué punto alguien ha sido alcanzado…”
Roland Barthes
Marguerite Duras
dice: “Un libro abierto también es la
noche”. La noche del libro propone
el poema como enigma. La vida toda, cualquier vida, es parte del enigma. Y cada
poema, un universo.
Dice Borges en su poema El sueño:
La noche nos
impone su tarea / mágica, destejer el universo, / Las ramificaciones infinitas /
de efectos y de causas que se pierden /
en ese vértigo sin fondo, el tiempo…
Un libro
abierto, también es la noche y cada poema un universo ¿Cómo destejer el
universo que propone esta dolorosa despedida? ¿Cómo aprehender con las palabras
de este mundo su inasible elegía?
Abro la noche y
veo pequeños universos, poemas-asteroides, minuciosas construcciones del
lenguaje…
Las dueñas del desierto narra la crónica de
una hija despidiendo a su madre. Las dos, madre e hija, en el mismo desvelo. En
esa agonía del querer retener lo que debe partir y de asir lo que se deshace en el aire inmóvil. Y lo que se deshace es el
hilo de la vida. El hilo que las une y se tensa en la angustia de la despedida. Estarse ahí,
en el aire inmóvil. Estarse En vilo:
Tengo una mala
espina clavada en el pecho.
Esta madrugada
-nunca más, ahora lo sé- la misma lluvia
suspendida entre
tu boca y mi llanto. (pág.31)
Esta crónica de
una despedida, esta elegía profunda de la poeta María Isabel Saavedra, me
remite a Madre e hijo de Alexander Sokurov, que narra en imágenes de sublime
belleza la agonía y muerte de la madre. Madre devenida en hija, a quien su hijo
alimenta, abriga, y levanta en brazos, como
a una niña indefensa, para llevarla en su último día a escuchar el rumor
del viento…
En Las dueñas
del desierto, el dolor arrasa. No hay palabras. Nada. Sólo llanto. Es aprender “a alisar su penuria junto a la mía”,
como quien plancha, desliza, acaricia, el dolor que no se va. Sólo se aquieta
en los pliegues… Dos vidas detenidas. Como un caldero a fuego lento, la
penuria. La penuria de la madre que suelta el hilo y la penuria de la hija, que aún lo sostiene
trémula. La partida inevitable las une en el mismo dolor: una, debe abandonar. La otra, soportar la pérdida…
La hija se despide de su madre
El ser se desprende del origen
La ausencia instaura la desolación, la sed del desierto…
De este lado del mundo, la hija aguarda estremecida “el crepitar de la chispa”. La roca del
ser deshecha entre las constelaciones… Y
en la boca sellada, una plegaria leve: Aligera
tu paso. / Hilvana de una vez el suave pétalo… (Desolación, pág.59)
Como el hijo de
la película de Sokurov, que sabe que el humo del tren lo lleva hacia algún
posible, mientras la madre suelta el hilo y una mariposa roza la vida, que se
expande liberándose. Así para Balvina
Usandivaras será el esplendor de las constelaciones y para la hija que escribe,
para M.I. Saavedra, el supremo
desabrigo… Sólo ese “musitar anudado al
ombligo/ desmoronado ya del soplo…” Y entonces todavía, “Apenas un deseo: /
encantarte otra vez por las manos, / acaso rozarte. / Clara o turbia la
palabra: / inadvertida llama en opaco arrullo.” (pág77)
Y la palabra
estremecida “va hasta su vuelo hecho de
rocío”…Y la vida enhebra en el telar de las constelaciones una chispa, una brizna de luz, un pétalo desgajado…
Nélida Cañas
Córdoba,
15 de mayo de 2015
*Marguerite Duras, Escribir, Tusquets Editores, 1994
*Jorge Luis Borges, La cifra, Emecé Editores, 1981
*Roland Barthes, Diario de duelo, Siglo XXI editores, 2009.
*Alexander Sokurov, Madre e hijo, una película realizada
en 1997.